En 1851 el filósofo Arthur Schopenhauer planteó en su obra «Parerga und Paralipomena» la siguiente parábola:

En un frío día de invierno, una manada de erizos se juntan para resguardarse de la helada gracias a su propio calor, amontonándose unos encima de otros.     Pero sucedió que se pincharon entre ellos y el dolor fue tal que tuvieron que separarse rápidamente, con lo que otra vez sintieron frío.     Así que entre el peligro de morir de frío o de hacerlo por el dolor que se infringían mutuamente con sus espinas, acabaron encontrando la distancia correcta, aquella que les permitía no morir de frío y no hacerse demasiado daño, de manera que el frío y el dolor fuese soportable.

Aunque en la realidad los erizos se las ingenian para acercarse y reproducirse, sino no existirían, podemos imaginar a los erizos que en busca de compañía sufren al igual que las personas, producto de su naturaleza, un encuentro traumático en donde aún con buenas intenciones incluso mutuas, resultarán dañados.

La mala noticia para los pobres erizos es que el mundo es hoy como un rosal inmenso: no sólo podemos salir heridos de nuestros encuentros con las personas, sino es también la propia vida la que puede herirnos a nosotros.

 

erizo