Iba una vez un comerciante por un camino y se encontró una bolsa con tres monedas de oro. Al momento se le acercó un joven caballero diciéndole:“Dadme esas monedas que acabo de perder”

A lo que contestó el comerciante:“Yo las encontré y me pertenecen”.

Entablaron una discusión interminable sobre quién tenía razón.

Al fin, el joven tomó una decisión caballeresca:“De acuerdo, vuestras son. Considero perdidas las monedas”.

Sorprendido el comerciante por tan bonito gesto ¡y no queriendo ser menos! reaccionó diciendo:“De ninguna manera. La verdad es que no me pertenecen, así que os las devuelvo”.

Nuevo desacuerdo y nueva discusión, más larga aún que la anterior; en vista de lo cual decidieron someter la cuestión al viejo juez del lugar, famoso por sus sabios consejos. El juez, tras escuchar a los dos, les pidió las monedas y les dijo: “Ya que habéis renunciado a su propiedad, yo las confisco”, y se retiró de la sala, dejando a ambos desconcertados ya que no le daba la razón a ninguno y además se llevaba las monedas.

Al cabo de unos instantes regresó el juez diciendo: “Os habéis obstinado hasta tal punto, queriendo tener razón, que ambos habéis perdido todo. De esta manera habéis aprendido una gran lección –lo que se pierde cuando uno se obstina en una idea fija, en vez de tratar de comprender al otro–. Pero yo también he aprendido una lección valiosa, la que me habéis enseñado con vuestra renuncia final, por eso voy a haceros un regalo.”

Acto seguido sacó dos bolsitas y le entregó una a cada uno. Cada bolsita contenía dos monedas de oro.

Entonces el juez les expresó su conclusión: “Antes, cada uno creía tener tres monedas, que después perdió. Ahora, cada cual tenéis dos, para lo que yo he añadido una. De este modo, todos hemos pagado una moneda por la enseñanza que acabamos de recibir”.

Este viejo cuento que apareció en la memoria de 1980 de la multinacional japonesa Mitsubishi, tenía al final la siguiente reflexión:

¿Qué podemos sacar hoy de esta historia?

Que la obstinación egoísta sólo puede llevar a soluciones de brutalidad y de desequilibrio, que provocarían traumas irreversibles. Ha llegado el momento de que empecemos a darnos cuenta de que nada podemos ganar unos/as contra otros/as, ni unos/as a expensas de otros/as. Todos/as debemos ganar el precio de nuestros esfuerzos antes de recibir, todos/as juntos/as, un beneficio común.